Estuve haciendo memoria de los compañeros que se fueron y mas bien con quienes trabaje en uno de mis tantos empleos pasados, y caray lo que llegas a hacer una con ellos.
Te atreves o a poco nunca has jugado gotcha? me preguntaron los machos de mi área.–Obvio sí, contesté con la mentira más grande que me llenaba la boca. Nos vemos el sábado a las 8 de la mañana.
Empezaba mal. ¿Por qué había hecho una cita en un horario inconveniente? Y obvio, ¿qué me voy a poner? fue la siguiente pregunta que rondó mi cabeza.
Decidí usar un outfit a la Tomb Rider. Estaba lista para enfrentar cualquier cosa. Sobre todo a una tribu de hombres solos, solísimos, en pie de guerra y sólo para mí.
Desempolvé los pantalones cargo y las botas CAT. Un ligero toque de maquillaje, gafas oscuras pero abajo traia mis lentes de aumento y el pelo –perfectamente alaciado– en una cola de caballo completaron el look. Al espejo era la viva imagen de la sexy-ruda Lara Croft y estaba dispuesta a ganar esta batalla.
Llegué a la cita. Más de siete hombres se habían reunido portando pantalones camuflajeados, botas, chalecos, chamarras verde militar y una actitud adrenalínica que no se les veía entre semana.
Y sí. La única mujer era yo.
Llegamos al campo abierto y polvoriento de eXperimenta cargados con un verdadero arsenal. Mientras los susodichos armaban, desarmaban, limpiaban y examinaban cada pieza de los rifles, yo hice la fila para obtener careta y chaleco.
Finalmente obtuve un par de prendas húmedas y malolientes resultado del sudor de los equipos anteriores.¡me lleva! Esto no estaba siendo sexy. Ya estaba apestando y no había empezado a correr.
A la hora de la repartición de los equipos, me sentí como en la primaria: con la extraña sensación de que ninguno me quería en su bando. Salieron primero los expertos, le siguieron los más fuertes y resistentes, después los novatos y al final. yo. Casi como de pilón.
Entramos al campo y empezó la batalla. Corrí como una loca detrás de unos botes. Oía disparos, poing, boing, respiros, susurros y adrenalina. Esperé en cuclillas con las pantorrillas entumidas. Ni siquiera mis clases de Pilates me causaban ese efecto. En algún momento tendría que disparar y no tenía la menor idea de cómo usar el arma. Minutos (¿horas?) después oí mi nombre. Me buscaban. La batalla había acabado y yo no ocupe ni una sola munición.
Para la segunda batalla, prometí hacerlo mejor. Apenas dieron las instrucciones me agazapé detrás de unas llantas, espiaba por un agujero temblando. Al voltear reconocí “al experto???. Me hizo señas y señales que no entendí. Lentamente asomé la cabeza detrás de las llantas. Alisté el arma, y cuando puse el dedo firme en el gatillo… ¡poing! Una pelotita se me impactó a toda velocidad en la frente, derramando un liquido viscoso. Me dieron ganas de llorar.–¡Aaaay! grité.–Muerta, respondieron por ahí.–Váyanse al carajo, pensé.
La siguiente batalla consistía en “robar una bandera de campo enemigo???. Aunque nunca vi la bandera, me dispuse a seguir a los más hábiles. Uno de ellos, de lentes, mirada tiernita y no de mal ver me echó el ojo.–Tú juegas conmigo, dijo con aire autoritario.–A huevo, pensé, éste ya cayóSeguro el hombrecito había notado mi aire a la Angelina Jolie y trataría de entablar conversación en medio de tan sangrienta batalla. -Tres, dos, uno.. ¡corran! Y ahí voy detrás del joven de los lentecillos.–Escóndete ahí, dijo señalando detrás de un árbol. ¡Pechotierra! gritó.Estábamos los dos, lado a lado y yo buscándole el lado romántico al asunto cuando sentimos un movimiento. Era el último del bando contrario.–Vas, me dijo.–¿A dónde? pregunté– Sal para que te vea y yo dispare.–¿O sea cómo? pensé Ahora resulta que soy la carnada… Ay ajá,
Su mirada no me dejó replicar. El gesto adusto, los labios en una mueca rígida, el ceño fruncido. ¡Carajo! Parecía cuestión de vida o muerte. Y obvio, la muerta fui yo: apenas intenté correr hacia el objetivo recibí una ráfaga de endemoniadas pelotitas que fueron a impactarse directito a mi trasero dejando marcas como de celulitis. Auuuch.
Tras mi heroico suicidio, el jovencillo de los lentes ni me volvió a mirar. Decidí que era hora de emprender la graciosa huída y sentarme en la zona donde una novia aburrida esperaba el regreso triunfal de su peoresnada.
Estaba a punto de quedarme dormida cuando los ví regresar. Uno más sucio que el otro, arrastrando los pies. Por fin, había acabado la guerra. O eso pensé. La testosterona estata a todo lo que daba y uno tras otro, contaron, recontaron y volvieron a contar sus hazañas en el campo de batalla. Parecían niños de 10 años. Y lo eran.
De pronto, la novia aburrida decidió avanzar, muy coqueta, con caminadito numero tres. Me ardí. La susodicha, a diferencia de esta Mujer empanizada de tierra, con un chichón en la frente y manchas de pintura en la ropa, lucía pantalón ajustadísimo blanco impecable, tacones y top cortito. En el centro, más de 20 se ponían y quitaban uniformes contando sus hazañas con aspavientos. Y ella estaba a punto de pasar por el medio de mi ¡MIi! grupo de hombres contoneando la cadera.
Entonces sucedió el milagro. Ella cruzó y mis muchachos apenas miraron de reojo y volvieron a la discusión. Sentí una oleada de orgullo. No había mujer capaz. El gotcha, lo supe, era cosa de niños.
1 comentario:
Eres Genial!!! Amigdala!! :P
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